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El “toilette” entre la higiene y la intimidad

A lo largo del tiempo, nuestra relación con el agua y la higiene ha evolucionado con la maduración de las relaciones humanas. Desde el siglo XVI, artistas documentaron está trayectoria, produciendo una lectura interesante de la evolución de nuestras costumbres.

Nico Zardo


Estas dos mujeres están sumergidas en el agua hasta la cintura, pero ellas no se lavan... Ningún gesto o instrumento sugiere esa interpretación. Ellas son Gabrielle d’Estrée, la favorita de Enrique IV (1553-1610) y su hermana, la duquesa de Villars. Las dos mujeres están bien maquilladas y bien vestidas, son retratadas, mientras toman un baño en una bañera cubierta con una sábana. En el fondo de la imagen, la presencia de una nodriza amamantando a un bebe nacido que nos induce a interpretar la escena como una forma de purificación después del parto. Las dos mujeres no parecen nada en absoluto perturbada con la presencia del artista, retratándolas en una escena de intimidad familiar, pero más bien están contentas con el hecho de que serán inmortalizadas a través de la pintura, con su ritual y exponiendo al bebe, a lo “anormal”- pero reconocida y aceptado por todos - relación entre la cortesana y la soberana.


EN LA ANTIGUA CULTURA CRISTIANA, LOS TEMAS QUE HABLAN DEL AGUA Y EL CUERPO UNO DEL OTRO, se refieren a los valores simbólicos de purificación, como el bautismo a través de la inmersión en el agua o lavado de manos y pies. Opuestamente, que llevan una connotación negativa, está en el gesto del prefecto de Judea, Pilatos, que se exime de responsabilidad de juzgar a Jesús al lavarse las manos ante la multitud. El lavado de los pies de los viajeros es como un gesto de hospitalidad que asume un gran significado en el Evangelio de Juan al ser practicado por Cristo en sus apóstoles. Esas prácticas están claramente más arraigadas en rituales de purificación que de higiene.


A PARTIR DEL RENACIMIENTO, las obras de arte comenzaron a documentar los cambios en las costumbres que caracterizan la relación entre los individuos- especialmente, las mujeres- y sus cuerpos. Los cuidados de la higiene personal, los gestos comienzan a asumir un valor simbólico, como en la pintura mencionada en la apertura del artículo. Es un proceso que continuaría y se desarrollará en los siglos siguientes que dan testimonio de un cambio en los lugares y modalidades por los cuales esas prácticas eran realizadas. Una exposición celebrada en el Museo Marmottan de París, curada por Nadeije Laneyrie-Dagen y Georges Vigarello, nos da la oportunidad para profundarnos más en ese tema.


LAS PRIMERAS REPRESENTACIONES que abordan una escena de higiene personal de las mujeres con el cuerpo perfecto, piel delicada, blanca como la leche, tomar un baño, a menudo rodeado de espejos, peines y cremas.

En la tapicería titulada Le Bain, que se remonta al año 1500 conservado por el Museo Cluny de París, una escena de la vida feudal muestra a una joven bañándose, rodeado de músicos y sirvientes, en un baño de purificación, tal vez en preparación para su noche de bodas. Motivos recurrentes inspirados en la Biblia muestran a David y Betsabé o Susana sorprendida por los ancianos. Aquí, el simbolismo del cuarto de baño no sólo revela el cuerpo, así como también evoca el cuidado de las mujeres de la vieja Europa de las clases altas de la sociedad que se dedicaban a si propias. No hay gestos o instrumentos que recuerden un cuarto de baño, pero los elementos circundantes sugiere la importancia creciente del cuidado personal.


ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVII, EL USO DEL AGUA Y DE LAS PRÁCTICAS DE HIGIENE ERAN MUY RAROS. La decadencia de los acueductos construidos por los antiguos romanos hace con que está materia prima sea escaso y la creencia generalizada de que el agua tibia al cubrir los poros, permitía la entrada de venenos en el cuerpo y por lo tanto, promovería la contaminación por plagas, distancia todo el acto de la limpieza y promueve una higiene “seca”. En un mundo donde el aspecto externo adquiría cada vez más importancia, lo ideal de la belleza femenina estaba asociado a los peinados elaborados y adornos, así como también lo más importante eran las prendas de “ocultar” o “revelar” el cuerpo, produciendo una nueva idea de la intimidad. Peines, talco y cremas prevalecen, y - para los que tenían dinero - más o menos cambios frecuentes de ropa íntimas. En la habitación donde ella se preparaba, la mujer se vestía delante de los criados, charlando amigablemente con la familia y los visitantes, pero no revelan nada de su desnudez, último reducto de la privacidad (ver la obra de Abraham Bosse, “La Vue, femme à sa toilette”, alrededor de 1635, página 121).


A LO LARGO DEL SIGLO XVIII, el espacio del toilette, cuyo término es derivado de la pieza de tejido usada para soportar instrumentos de cuidado personal) cambia profundamente. Las imágenes que documentan las costumbres de la época representan las clases obrera y la alta burguesía. El uso del agua, apoyado por los nuevos descubrimientos científicos, es poco a poco generalizado, favoreciendo la adopción de bidé para las partes intimas y de lavabos de pie y otras partes del cuerpo (como es documentado en la página 110 de Françoise Eisen, “Jeune femme à sa Toilette”, 1742). El cuidado personal es articulado en dos períodos distintos: el primero es el lavado, y el segundo es la antigua práctica de ajustar la imagen externa del individuo a las normas sociales, que en francés es llamado “la grande toilette” (La Grande Toilette de J.M. Moreau, en la página 110). Hacia el final del siglo, los forasteros no pueden más atestiguar esas operaciones, que cada vez más son “privados” y en 1818, La señora de Genlis, en el “Dictionnaire critique et raisoné des etiquetas” queda sorprendida con el hecho, que en el pasado, las mujeres se vestían en la presencia de los hombres. Los retratos hechos por los pintores y dibujantes son más “maliciosos” y más “impertinentes”, creando un nuevo género de pintura que describía los comportamientos personales e íntimos.


EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX, la tecnología lleva a una mayor disponibilidad del agua. Los hogares pasan a tener cuartos específicos dedicados para la higiene personal, cuya intimidad suele estar protegido por cerraduras. Aparecen las primeras bañeras y lavabos para la higiene. Una pintura de Alfred Stevens de 1867, “La femme au bain” o “La Baignoire” , que representa a una joven asegurando una rosa sumergida en una bañera de metal, representa bien la atmósfera de esta revolución que combina la higiene, el placer del cuerpo y la manera de vernos a nosotros mismos. Prácticamente todos los pintores de la época, de Lomont a Toulouse Lautrec, y de Morisot a Degas, nos ofrecieron la imagen secreta de las jóvenes “sorprendidas” durante el lavado del cuerpo. No todos podían contar con baños confortables y bien equipados - algo reservado solamente, para los más ricos durante muchos años- y tendría que seguir usando jarras y tinajas. La brecha entre ellos es que unos podían pagar baños bien equipados y otros que no podían hacerlo, muchas veces, es retratada en pinturas en la segunda mitad del siglo XIX.

Y mientras que los eruditos continuaban tratando la higiene personal con romanticismo, idealizando la escena vanguardista del Impresionismo pues ellos querían retratar el mundo moderno como pensaban, sin embellecerlos, resaltando lo que ninguno de sus predecesores había hecho. Los cuerpos retratados eran imperfectos, las poses no tienen como objetivo evocar emociones o provocar; lo que ellos pintan son mujeres “verdaderas” y “realmente” ellas durante el lavado.


DESDE 1900, EL BAÑO SE CONVIERTE EN UN CUARTO ESENCIAL DE LA CASA y el aseo personal se convierte en una rutina diaria. La relación con el agua, generalmente es más con el cuidado personal, cambia sustancialmente, porque ahora es fácil de mantenerse limpio. El baño ya no se limita a rituales de higiene, al enjabonado el cuerpo, cepillado del cabello. Se infunde una relación hedonista, ya claramente expresada por Degas en “Después del baño de ducha” o “Desnudo”. La evolución de las costumbres de higiene, del cilindro hueco hasta la bañera, está bien documentada por Pierre Bonnard, que describe su modelo y compañera Marthe de Méligny en tres situaciones: en 1903, mientras se lava los pies dentro de una tinaja (Nu au tina), en 1919 y frente a una tinaja asegurando una toalla (Marthe a sa Toilette) y en 1940, alegremente dentro de la bañera (Nu dans la Baignoire).


EN LA ACTUALIDAD, ENTRAMOS EN EL AGUA por el placer psicológico - más allá del puro placer físico - de permanecer solo con el líquido tibio dentro de un ambiente confortable y suave. Nos regocijamos en una intimidad reflexiva que transforma el agua y el cuarto de baño en una ocasión de retiro total dentro de nosotros mismos que acompaña el triunfo de un nuevo tipo de intimidad. En la pintura de Alain Jacquet, Gaby d ‘ Estrées (Arriba), hace la reinterpretación moderna de la imagen de la cuál iniciamos en la abertura de este artículo, el aspecto y la forma de cómo dos mujeres expresan su desaprobación por la intrusión en un lugar y situación que actualmente, exigimos de nuestra privacidad *



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